Todos tenemos una misión en nuestra vida. Nadie fue creado al azar. Dios nos pensó desde la eternidad.
Nos corresponde entonces, si es que no estamos seguros de cuál es nuestro encargo divino, pedirle al Señor que nos lo haga entender.
Y entonces, ya conscientes, reguemos la semilla hasta convertirla en un árbol con enormes ramas y abundantes frutos: grandes y sabrosos.
Nos corresponde también guiar a nuestros hijos, a descubrir el camino por el cual deberán transitar, hasta llegar a la meta deseada. Pero esto lo conseguiremos inculcándoles día a día, optimismo, perseverancia y fortaleza; tres ingredientes que no pueden faltar a la hora de encontrar su futuro.
Misión. Palabra bendita si la ponemos en las manos de María, nuestra Madre, que supo fructificar todos los talentos que Dios le dio. Que dijo: ¡sí!, sabiendo que su respuesta contenía una enorme responsabilidad.
Llevemos este compromiso, que el Señor nos pide que lo cumplamos, a nuestra oración diaria, para comprender cuál es nuestra tarea en la tierra.
Saludos,
Departamento de Familia