La familia es un lugar donde se cuida y se ama la vida. Es un hospital, una escuela, un asilo, donde todos tenemos nuestro espacio; donde nos aceptamos y nos queremos como somos; donde aprendemos a amar, a perdonar, a compartir, a servir. Es el lugar donde siempre se puede volver cuando somos como el hijo pródigo; es el lugar donde siempre podemos esperar cuando somos ese padre que no pierde la esperanza de que su hijo vuelva. Es el lugar donde podemos volver a empezar si, con nuestras acciones, hemos pisado fondo; donde encontramos el perdón que nos ayuda a empezar una vida nueva.
¿Es posible tener una familia así? Así son las familias auténticamente cristianas, no son perfectas, pero con todas sus imperfecciones, son capaces de dar al mundo cristianos de verdad. ¿Cómo lo logran? Poniendo a la Eucaristía en el centro de sus vidas. La Eucaristía nos une, nos da la fuerza para enfrentar con esperanza los desafíos de la vida. Solo la presencia de Dios puede transformar nuestras familias. Solo Dios puede hacernos mirar alrededor y darnos cuenta de cuánto nos necesitamos unos a otros.
La salvación, es un camino que vamos construyendo con la comunión con Dios y con los demás. La Eucaristía es el centro de la vida de todo aquel que quiera seguir fielmente este camino. Nuestras acciones tienen un impacto en los que están a nuestro alrededor, solo podemos vivir una vida auténticamente cristiana si somos capaces de abrir el corazón y considerar el bien común y la fraternidad entre todos.
El Congreso Eucarístico Internacional, que se llevó a cabo en Quito, nos invita a reflexionar sobre la Eucaristía y la fraternidad para salvar el mundo, y para ello, es fundamental el papel de nuestras familias. Vayamos juntos a Misa y compartamos momentos de oración, ayudémonos unos a otros, vivamos la justicia y busquemos el bien de todos. Sirvamos dentro y fuera de nuestra casa. Dejémonos transformar para ser agentes de cambio y lograr un mundo que busca ser feliz con Dios.
Departamento de Familia