Jesús, en su deseo de dar a conocer su gran Misericordia hacia los pecadores, ha escogido a personas que, a lo largo de los años, han ayudado a muchos a levantar el ánimo, a no descorazonarse, a no sentirse atemorizados por su fragilidad y sus continuas caídas, logrando hacer brillar en sus vidas la luz de la infinita Bondad de Dios.
Dios conoce el fondo de nuestras almas, sus pasiones, su inclinación por el mundo y sus placeres. No es el pecado lo que hiere mayormente su Corazón, lo que más lo desgarra es que, después de haberlo cometido, las almas no vuelvan a refugiarse en Él.
Dios es Amor y Misericordia, y su bondad se manifiesta amándonos y compadeciéndose de nosotros; perdonándonos, tratando de atraernos hacia Él para hacernos eternamente felices. Nosotros, por nuestro lado, debemos arrepentirnos sinceramente de nuestros pecados, proponernos firmemente evitarlos en el futuro y acudir al Sacramento de la Confesión, instituido por Jesucristo para el perdón de los pecados.
Jesús nos mira, nos ama. En su mirada, Pedro encontró el perdón después de negarlo tres veces. Judas, en cambio, se abandonó a la desesperación, y se ahorcó. No importa lo que hayamos hecho, no dejemos que nuestro corazón se endurezca. Cuando nos damos cuenta de lo que hemos hecho, el demonio, celoso de nuestro bien, nos hará pensar que ya es tarde, que todo arrepentimiento es inútil, e impedirá que busquemos el perdón.
Nunca olvidemos que la Misericordia de Dios rebasa todas las miserias humanas y nos estimula a abrir nuestro corazón a una gran confianza. Dios es el Dios de las segundas oportunidades, y su Misericordia es eterna.
Departamento de Familia