Cuando ordenamos nuestra habitación, nos encontramos con muchas cosas que nos recuerdan que alguna vez, quisimos hacer o aprender: una guitarra, un lienzo, un balón, unos patines… Sueños que se quedaron en eso: sólo sueños.
Quizá pensamos: es que no soy capaz; o no era el momento; o no tuve tiempo. O nos consolamos diciendo: no me gustaba tanto. Por último, no pasó nada y puedo seguir con mi vida. Pero, los pequeños sueños, nos preparan, nos fortalecen, nos ayudan a alcanzar otros, que seguramente, al no luchar por ellos, nos haría menos felices.
Esos son los sueños a los que no podemos renunciar, porque no luchar por ellos, significa renunciar a la verdadera felicidad. Amar y ser amado, es el gran sueño, es el motor que nos mueve, lo que nos hace vivir de verdad. Y AMAR, cuesta. Requiere de nuestra entrega, de nuestro sacrificio, de estar pendientes de pequeños y grandes detalles que cada día se nos presentan como una oportunidad para amar. Al final de nuestra vida, qué es lo único que cuenta: cuánto amamos. Y ese es nuestro gran sueño, por el que vale la pena luchar cada día. Porque cada vez que amanece, es una nueva oportunidad para alcanzarlo.
Saludos,
Departamento de Familia