Todos los días deberíamos examinarnos sobre lo que nos hace perder la paz a lo largo del día. Y es que la paz se pierde no sólo cuando se explota ante determinada situación que se presenta. También se exterioriza cuando llegamos a la casa malhumorados, o silenciosos, o sin ganas de compartir gratos momentos con las personas que integran nuestras familias.
En este caso ellos se preocupan y se preguntarán: ¿Por qué papá esta así?, o ¿por qué mamá se comporta de esta manera? Es decir, se pierde la paz que tendría que reinar en cada hogar; que debería convertir la casa en un lugar luminoso y alegre.
Contestar mal; dejar de saludar; no trabajar con el empeño que las tareas ordinarias lo requieren;…todo lo que contribuye a que se altere la armonía de una sociedad que espera mucho de nosotros, hace perder la paz.
Pero que grato es sembrar a nuestro paso regocijo y buen humor; cuando la satisfacción de una vida limpia inunda nuestro interior. Y es que un corazón que rebosa paz, es capaz de cambiar todo un ambiente de tristeza y pesimismo.
Y la paz se la pide en la oración. Dios nos la concede a manos llenas. Cuánto más se la solicita, más nos llega. Seamos hombres y mujeres de paz. Que se vea en nuestro rostro, en nuestros consejos, en las obras que realizamos. Siempre que Jesús se presentaba ante un grupo de personas decía: “La paz esté con vosotros”. Que nunca perdamos esta gracia, que el Señor nos otorga día tras día.
Saludos,
Departamento de Familia