Pentecostés

Camino seguro de humildad es meditar cómo, aún careciendo de talento, de renombre y de fortuna, podemos ser instrumentos eficaces, si acudimos al Espíritu Santo para que nos dispense sus dones.

Los Apóstoles, a pesar de haber sido instruidos por Jesús durante tres años, huyeron despavoridos ante los enemigos de Cristo. Sin embargo, después de Pentecostés, se dejaron azotar y encarcelar, y acabaron dando la vida en testimonio de su fe. (Surco, 283).

Frecuenta el trato del Espíritu Santo -el Gran Desconocido- que es quien te ha de santificar.
No olvides que eres templo de Dios. —El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones. (Camino, 57).

¡Solo! —No estás solo. Te hacemos mucha compañía desde lejos. —Además…, asentado en tu alma en gracia, el Espíritu Santo -Dios contigo- va dando tono sobrenatural a todos tu pensamientos, deseos y obras. (Camino, 273).

Invoca al Espíritu Santo en el examen de conciencia, para que tú conozcas más a Dios, para que te conozcas a ti mismo, y de esta manera puedas convertirte cada día. (Forja, 326).

Tres puntos importantísimos para arrastrar las almas al Señor: que te olvides de ti, y pienses sólo en la gloria de tu Padre Dios; que sometas filialmente tu voluntad a la Voluntad del Cielo, como te enseñó Jesucristo; que secundes dócilmente las luces del Espíritu Santo. (Surco, 793).

Nuestro Señor Jesús lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Esa es la obra del Espíritu Santo en cada alma -en la tuya-: sé dócil, no opongas obstáculos a Dios, hasta que haga de tu pobre carne un Crucifijo. (Surco, 978).

Saludos,  

Departamento de Familia