Los Hechos de los Apóstoles, al narrarnos los acontecimientos de aquel día de Pentecostés, en el que el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego sobre los discípulos de Nuestro Señor, nos hacen asistir a la gran manifestación del poder de Dios, con el que la Iglesia inició su camino entre las naciones.
La victoria que Cristo -con su obediencia, con su inmolación en la Cruz y con su Resurrección- había obtenido sobre la muerte y sobre el pecado, se reveló entonces en toda su divina claridad.
Los discípulos, que ya eran testigos de la gloria del Resucitado, experimentaron en sí la fuerza del Espíritu Santo: sus inteligencias y sus corazones se abrieron a una luz nueva. Habían seguido a Cristo y acogido con fe sus enseñanzas, pero no acertaban siempre a penetrar del todo su sentido: era necesario que llegara el Espíritu de verdad, que les hiciera comprender todas las cosas (Cfr. Ioh XVI, 12–13.).
Sabían que sólo en Jesús podían encontrar palabras de vida eterna, y estaban dispuestos a seguirle y a dar la vida por Él, pero eran débiles y, cuando llegó la hora de la prueba, huyeron, lo dejaron solo. El día de Pentecostés todo eso ha pasado: el Espíritu Santo, que es espíritu de fortaleza, los ha hecho firmes, seguros, audaces. La palabra de los Apóstoles resuena recia y vibrante por las calles y plazas de Jerusalén.
La venida solemne del Espíritu en el día de Pentecostés, no fue un suceso aislado. Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana:
Él es quien inspira la predicación de San Pedro (Cfr. Act IV, 8.); quien confirma en su fe a los discípulos (Cfr. Act IV, 31.); quien sella con su presencia la llamada dirigida a los gentiles (Cfr. Act X, 44–47.); quien envía a Saulo y a Bernabé hacia tierras lejanas para abrir nuevos caminos a la enseñanza de Jesús (Cfr. Act XIII, 2–4.). En una palabra, su presencia y su actuación, lo dominan todo. (Homilía pronunciada por el fundador del Opus Dei, el 25 de mayo de 1969, fiesta de Pentecostés. Publicada en: Es Cristo que pasa).
Saludos,
Departamento de Familia