Llegó el mes de diciembre, esperado por muchos, quizá más por los niños que desean con ilusión su juguete preferido. Un mes de mucha actividad, tráfico, gente comprando, dulces y comida, luces en las calles, en las fachadas de las casas, en todas las tiendas, donde vayamos hay luz. Pero, cuando terminan las fiestas, estamos cansados de tantos festejos, gastados por todo lo comprado, las luces se apagan, y todo vuelve a ser igual. Y así pasa una Navidad tras otra.
Nuestro corazón está embotado de tantas cosas, el bullicio nos aturde y no nos permite descubrir el amor de un Dios que se hace niño por nosotros. ¿Dónde está el verdadero espíritu de la Navidad? ¿Cómo vivir este mes para que al final seamos mejores personas, para que la luz de Jesús ilumine nuestra mirada, nuestros sentimientos, nuestras acciones? ¿Qué hacer para vivir momentos de unión, de perdón, de alegría junto a nuestra familia, amigos, compañeros, vecinos?
Puede ocurrir que el mundo nos despiste de lo que es realmente importante. No dejemos que se pierda el verdadero espíritu, no dejemos de lado a quién realmente es el centro de esta celebración: Jesús. Sólo así tendrá sentido poner luces, adornar las casas y dar regalos.
Estemos atentos, estemos despiertos para Dios y para los demás. Recemos en familia, participemos de la novena, cantemos con alegría, ofrezcamos lo que nos cuesta, acerquémonos a los sacramentos, pidámosle a María que nos ayude a convertir nuestro corazón en cuna de Jesús.
El Adviento nos prepara para descubrir la presencia de Dios en el mundo. Busquemos el tiempo para revisar nuestra vida, para evaluar nuestra relación con Dios, para ver qué tan listos estamos para su venida. Un cambio seguro nos vendrá muy bien.
Saludos,
Departamento de Familia