Qué lindo es saber escuchar a quien sufre; comprenderlo, y ayudarlo. Sí, porque escuchando no sólo se recepta el dolor del otro, sino que expresamos las palabras que puedan ayudar a que se siembre la paz en ese corazón afligido.
Jesús predicó por todos los lugares donde pasó, y escuchó. Escuchó mucho. La gente sufría injusticias, era atormentada por demonios, las enfermedades eran incurables. Y Él se detenía, preguntaba, se mostraba realmente interesado por el dolor humano; y aconsejaba, perdonaba los pecados, hacía milagros, y expulsaba demonios.
Cuánto tenemos que aprender de Cristo, verdadero Dios pero verdadero hombre, de carne y hueso, como todos nosotros. ¿Qué esperamos para imitarlo? ¿Escuchamos a nuestra esposa, o esposo? ¿A nuestros hijos? ¿Y a nuestros padres, que ya ancianos, se contentan con tan solo oír nuestra voz? ¿Saben que pueden contar siempre con nosotros?
Y nosotros profesores, ¿escuchamos y comprendemos a nuestros alumnos? ¿Averiguamos que hay detrás de una conducta inapropiada de ellos? ¿Indagamos si hay problemas al interior de sus familias?
No lo olvidemos. No hace falta ir a la universidad, o hacer doctorados y masterados para saber escuchar. Lo que hace falta es generosidad. Si no la posee, pídasela al Señor. Él se la concederá. Y así podrá usted escuchar bien…, y comprender mejor.
Saludos,
Departamento de Familia