San José, cuya fiesta litúrgica conmemoraremos mañana, fue el padre adoptivo de Jesús, y el esposo de la Virgen María. Lo que menciona el Evangelio, es que fue un hombre que estuvo siempre dispuesto a cumplir lo que Dios le pedía.
Desde que aparece su nombre en las Sagradas Escrituras, lo vemos desempeñándose con gran responsabilidad: buscando infatigablemente un lugar donde pudiese nacer el Niño; asistiendo a su Madre en el momento del parto; saliendo presuroso de Belén, cuando se enteró que Herodes mandó a matar a todos los niños menores de 2 años; llegando a un país extraño para la familia, donde tendría que trabajar con esfuerzo para mantenerla; más tarde, buscando incansablemente al Niño que estaba perdido, para luego hallarlo en el templo.
Y lógicamente, trabajando con denuedo para sacar adelante a los suyos, con su labor manual. Siendo el padre del Señor, su desempeño debió ser eficiente, realizando todos los encargos profesionales que le encomendaron, con esmero y perfección.
Santa Teresa de Ávila decía que Dios le había concedido mucho por medio de este bienaventurado santo, y que la había librado de grandes peligros, tanto de cuerpo como de alma. Decía que “a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; pero a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, y le podía mandar, así en el cielo, Jesús hace cuanto le pide”.
Nadie en la tierra amó tanto a Jesús y a María, como lo hizo San José. Nadie mejor que él, los conoció. Y nadie en el Cielo puede interceder más ante su Esposa y su Hijo, como él lo puede lograr. Recurramos al padre de Cristo con seguridad y confianza, para conseguir las gracias que tanto necesitamos.
Saludos,
Departamento de Familia