Dios es un Padre amoroso, que nos cuida y nos protege permanentemente. Que está pendiente las 24 horas del día de lo que hagamos, de lo que le pidamos, de lo que consigamos.
Y quiere que de la misma manera, nosotros nos preocupemos de nuestros hijos. Esos niños que nos dicen de pequeños: “Papá, yo quiero ser como tú”.
Que desean parecerse a nosotros en todo. Cogen nuestros zapatos, nuestras corbatas, nuestras camisas. Algunas veces sus travesuras incluyen pintarse la cara, simulando tener barba y bigote; y otras, queriendo tomar el volante del carro, para “manejar como lo hace mi papá”.
Es entonces cuando debemos decirle a nuestro Padre del Cielo: “Señor, yo quiero ser como Tú, porque él quiere ser como yo”.
Y para conseguirlo, a más de rezar, hay que poner manos a la obra. Jugar con ellos, salir con ellos, escucharlos, compartir, reír, motivarlos, divertirse.
¿Se da cuenta de lo que a veces nos perdemos cuando les damos la espalda, por extender más de lo necesario las horas de nuestro trabajo? ¿Por dedicarle más minutos al gimnasio o a los amigos; o a ese descanso que es normal que lo deseemos, pero que se convierte en heroico cuando ese momento se lo brindamos a nuestros hijos?
Todavía tenemos oportunidad,… ¡a recuperar el tiempo perdido!,… a decirle a Dios todos los días: “Señor, yo quiero ser como Tú,… porque él quiere ser como yo”. Que el domingo, con su familia, pase un feliz día del padre.
Saludos,
Departamento de Familia