En el hogar aprendemos a ser luz. Cada padre y madre tiene en sus manos una lámpara: si la encienden, toda la casa se ilumina; si la esconden, la oscuridad se hace presente.
No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de ser fieles en lo ordinario. Iluminan el hogar las palabras amables, un abrazo cariñoso, un perdón generoso.
Por el contrario, el sarcasmo y las críticas constantes, el uso excesivo de pantallas, la indiferencia ante las dificultades del cónyuge o de los hijos, y las promesas que no se cumplen, van apagando poco a poco la luz, hasta oscurecer la casa. Está en nuestras manos elegir: encender o apagar, iluminar o dejar que la oscuridad avance.
Una pequeña llama siempre será suficiente para mostrarnos el camino. Papá y mamá, siéntense juntos, miren qué rincones de la casa necesitan más luz y llamen a sus hijos. Si callamos y dejamos pasar el tiempo, nos acostumbramos a vivir en las tinieblas. El miedo y la comodidad hacen crecer las sombras.
Ser luz no es una opción, es un llamado. Jesús mismo nos recuerda: “Ustedes son la luz del mundo…”. Hoy es el momento de encender nuestra llama. Si lo hacemos, nuestro hogar se convertirá en una hoguera viva de paz, amor y perdón, donde nadie caminará a oscuras.
Departamento de Familia