El Evangelio de ayer nos decía que: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos, y a otro uno; a cada cual según su capacidad; y se ausentó. En seguida, el que había recibido cinco talentos, se puso a negociar con ellos, y ganó otros cinco. Igualmente, el que había recibido dos, ganó otros dos. En cambio, el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor…”.
El talento en ese tiempo, era una cantidad de dinero de muchísimo valor. Y el señor quería que los siervos lo hicieran producir, para obtener una mayor cantidad de bienes.
Así también el Señor (con mayúscula), nos proporciona a nosotros talentos (no monedas, sino dones), que tenemos que hacerlos fructificar. No sabemos cuando nacemos, cuántos nos ha otorgado a cada uno de nosotros. Pero debemos devolverle a Dios, el día de nuestro Juicio particular, una cantidad igual o mayor a la recibida.
Lo que no podemos hacer, es enterrar los talentos. A estas alturas, todos sabemos cuál es el encargo que nos dio el Señor, y ya conocemos la misión que debemos cumplir en la tierra.
De nosotros depende que le entreguemos a Dios, multiplicados, los talentos. Que hayamos dejado huellas en el camino de la vida; que hayamos realizado mucho bien alrededor nuestro, con esas capacidades divinas que no las enterramos, sino que las llevamos a todos aquellos que las necesitaban.
Que ni esta pandemia, nos haga enterrar los múltiples talentos que el Señor nos ha regalado. Muchas personas esperan esos frutos.
Saludos,
Departamento de Familia