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Tener todo… menos lo esencial

La riqueza, aun siendo en sí un bien, no debe considerarse un bien absoluto. Sobre todo, no garantiza la salvación; más aún, podría incluso ponerla seriamente en peligro. Jesús pone en guardia a sus discípulos sobre este riesgo. Es sabiduría y virtud no apegar el corazón a los bienes del este mundo.

La falta de recursos es una grave y dolorosa realidad en muchas partes del mundo. Afecta la dignidad de las personas y es urgente atenderla. Pero, existe otra forma de pobreza, más silenciosa y a veces poco visible, y por eso más peligrosa: la pobreza espiritual y humana, que surge cuando olvidamos lo esencial.

Este tipo de pobreza es más difícil de combatir porque no siempre se reconoce. Y lo más grave aún es que puede transmitirse a los hijos, formando personas que no conocen otra forma de vivir que no sea tener más, hacer más, aparentar más.

Lo esencial no se compra ni se presume: se cultiva. Lo esencial es el amor auténtico, la familia, los amigos, la fe que da sentido a nuestra vida, la alegría de servir, el perdón que sana y reconcilia.

Lo que dejamos en otros vale más que lo que acumulamos. Somos mucho más por el bien que hacemos a los demás. Esa es nuestra verdadera “riqueza”: la forma como impactamos en la vida de los demás con nuestras acciones amables, llenas de compasión. ¿De qué sirve tener una casa llena de cosas si nadie se siente amado en ella? ¿De qué sirve una vida exitosa si quienes te rodean no pueden decir que los hiciste mejores?

Solo una auténtica conversión del corazón puede llevarnos a una relación sana con los bienes y a la verdadera felicidad.