Me pregunto qué habrán pensado los apóstoles y los discípulos al ver a Jesús clavado en la Cruz. Lo dejaron solo, lo negaron y dejaron que lo trataran peor que a un criminal. Las horas que siguieron a su sepultura estarían llenas de tristeza, nostalgia y decepción por el aparente fracaso.
Seguro se sintieron solos, pensando que habían perdido a su amigo, aquel que caminó a su lado, les aconsejó y enseñó. Recordarían su sonrisa y sus palabras de ánimo cuando viajaban de un lugar a otro y estaban ya cansados. Conversarían sobre sus milagros y de cómo servía a los demás. Recordarían esos momentos de angustia y cómo calmó la tormenta, cuando convirtió el agua en vino y dio de comer a una multitud. Y como siempre Él se encargaba de todo. Porque Jesús es así. Siempre piensa en nuestro bien.
A sus apóstoles les faltó fe, a pesar de haber sido testigos de su vida. ¿Dónde estaba su confianza en su Palabra, en los hechos que daban testimonio de su amor y de su poder? Solo su Madre pudo ver la esperanza de la misión cumplida detrás de su muerte.
Y nosotros, ¿qué parte de la pasión estamos viviendo? ¿Nos quedamos en esos momentos de incertidumbre o caminamos de la mano de nuestra Madre, viviendo como ella, la esperanza de la Resurrección? ¿Será que caminamos por la vida sin reconocer que Él está vivo entre nosotros?
Esta semana que empieza, que sea realmente una Santa Semana, donde acompañemos a Jesús y a María en toda su amorosa Pasión, donde la muerte es vencida para siempre y donde el amor triunfa.
Saludos,
Departamento de Familia