Estamos cerca de empezar la Cuaresma. Quizá les ha pasado que tienen todo el deseo de vivirla al máximo, de aprovechar este tiempo para pasar la página y acoger ese llamado a cambiar, a acercarnos más a Dios, a darle un lugar en nuestras vidas. Pero el tiempo parece no alcanzar para hacer un poco de oración. Las vacaciones, sinónimo de disfrute, no parecen combinar con el ayuno y la limosna. Así, se pasan los cuarenta días, y perdemos esta oportunidad perfecta para renovar nuestra relación con Dios y con los demás.
El tiempo de Cuaresma nos hace vivir de cerca el sufrimiento que Cristo ofreció por el amor infinito de Dios hacia nosotros. Nos invita a mirar hacia adentro y reconocer nuestra fragilidad. ¿Cuántas veces nuestro pecado hirió el Corazón de Jesús? ¿Cuántas faltas de amor en nuestras obras, rebeldías e ingratitudes flagelaron su Cuerpo Santísimo? ¿Cómo reparar tantos agravios?
La Iglesia nos invita a vivir el ayuno, la oración y la limosna, prácticas que nos ayudan a vivir con un corazón dispuesto a amar y reparar. No se trata solamente de abstenernos de algo material, sino de ofrecer nuestra vida como ofrenda. Los animamos a unirnos al dolor de Jesús, a aceptar las cruces de cada día —las incomprensiones y las molestias del prójimo—, a ver a Cristo en cada prueba y en cada hermano que sufre.
Aprovechemos este tiempo de gracia para volver nuestra mirada a Dios. Acompañémoslo en la soledad de su Sagrario, consolemos su Corazón respondiendo con fidelidad a su amor. Amemos más, sirvamos más y ofrezcamos más. Todo tiene valor cuando se hace por amor a Dios.
Departamento de Familia