“Yo quisiera, Señor, recibiros…

…Con aquella pureza, humildad y devoción, con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos”. Esta estrofa corresponde a la oración de la Comunión Espiritual.

Cuánto bien nos hace, recitarla a cada momento: en la mañana, tarde y noche. Cuando estemos angustiados o tranquilos;  tristes o llenos de gozo; con incertidumbre o seguros de nuestro porvenir. Ahora, por las circunstancias que vivimos, no podemos recibir al Señor sacramentalmente, pero sí podemos hacerlo espiritualmente.

Pensemos en el gozo de Jesús, al conocer el anhelo ardiente que tenemos, de que esté dentro de nosotros.

La Comunión Espiritual puede convertirse, cuando la rezamos con toda la fuerza de nuestro espíritu, en un acto de real trascendencia; como si la estuviéramos recibiendo físicamente. A tal punto llega el deseo sincero y profundo de que reine dentro de nosotros, que Él convierte ese deseo, en una sublime satisfacción, comparable a la que vivimos cuando lo tomamos en la Santa Misa.

En este aislamiento obligado, sintamos la fuerza que nos da Cristo, para comprender que estamos “endiosados”, es decir, plenamente seguros de que la Santísima Trinidad habita dentro de nosotros. Y para que esto ocurra, es necesario que no olvidemos rezar un Acto de Contrición perfecto, es decir, hecho con todo nuestro arrepentimiento y amor. Hay una oración que nos puede ayudar para lograrlo:

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa mucho de todo corazón de haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia,
propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.
Amén.

Saludos,

Departamento de Familia