No necesitan médicos los sanos

Cuando Jesús vino al mundo, no comprendían por qué dedicaba su tiempo a los enfermos y pecadores. Sus milagros y su perdón fueron un don para todos aquellos que con fe se acercaron a Él. Nos muestra cómo, de manera misteriosa, Dios nos ama justamente por ser frágiles. “El conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo” (Sal 103, 14) y así nos ama, nos llama, nos espera, quiere que volvamos a Él.

Para vivir este tiempo como verdaderos cristianos, la Iglesia nos propone la triada penitencial, es decir, el ayuno, la oración y la limosna como medios para alcanzar una verdadera conversión. La oración nos une a Dios, lo hace más cercano. A través de la oración podemos conocerlo más, amarlo más, saber lo que espera de nosotros. El ayuno, es indispensable, nos lleva a liberarnos de las cosas del mundo y a elegir a Dios siempre primero; y la limosna, es la caridad al prójimo, es ver a Cristo en ellos, ayudarlos, volver nuestra mirada hacia los más necesitados.

Este tiempo de cuaresma nos ayuda a entrar en este espíritu de penitencia, nos invita a volver a reconciliarnos con Dios, a transformar eso que todavía nos cuesta, a reavivar el fuego del Espíritu Santo que habita en nosotros, escondido en la oscuridad de nuestro corazón.

Saludos,

Departamento de Familia